Mi tienda/estudio cierra, pero las historias se quedan

Lo que pasa en una tienda (y no se ve en Instagram)

Desde que abrí mi tienda-estudio han pasado muchas cosas. Cosas bonitas, cosas inesperadas y cosas que… bueno, solo pueden pasar cuando tienes un local abierto al público y te expones a diario al mundo real (ese donde las interacciones no tienen filtros de Stories).

Ahora que esta etapa llega a su fin —sí, a final de mes la tienda física cierra sus puertas—, me apetecía escribir este post para compartir algunas anécdotas. Porque más allá de los productos, las ilustraciones y los colores, este lugar ha sido un espacio de historias. Y como sabéis, me gusta compartir desde lo real, con una sonrisa (y a veces con un poco de sarcasmo).

Así que aquí va un recopilatorio de momentos que no verás en la web, pero que sin duda forman parte de esta experiencia.


El arte del regateo (en pleno siglo XXI)

Lo de que te quieran regatear cuando vendes tu trabajo es un clásico. Pero no deja de sorprenderme la creatividad de algunas personas.

Desde la típica frase de “¿Esto es lo más barato que tienes?” hasta el mítico “¿Me haces precio por ser del barrio?” (spoiler: no sé quién eres). También hubo quien me pidió descuento porque “esto lo haces tú, ¿no? No te cuesta nada”. Sí, claro, solo tiempo, creatividad, materiales, diseño, energía, impuestos… detalles sin importancia.

Una vez incluso me ofrecieron pagarme con trueque. Lo gracioso es que ni siquiera me dijeron con qué. Me quedé esperando a que apareciera un queso manchego, una sesión de reiki o una gallina. Nada. Solo la oferta, como un susurro del capitalismo alternativo.


Billetes falsos, cambios mal dados y otras ilusiones ópticas

Uno de los momentos más surrealistas fue cuando una señora me pagó con un billete de 50€ claramente falso. Lo entregó con una naturalidad asombrosa, como si trabajara para el Banco Central Europeo. Estuve a punto de dudar de mí mismo. Casi.

Otro cliente juraba que yo le había dado mal el cambio. Me insistía, con cara de buena persona y tono de “yo solo te aviso por si acaso”. Por suerte, tengo memoria (y un sistema bastante claro). No coló. Pero durante un segundo pensé que me había equivocado yo. Ese segundo es el peligro.


El chico que confundió arte con Tinder

Un día entró un chico muy simpático, preguntó por mi trabajo, comentó varias piezas… todo bien. Volvió al día siguiente. Y al otro. Y al otro. Hasta que empezó a hacer comentarios un poco más personales, miradas intensas, sonrisas ensayadas. Lo que empezó siendo gracioso terminó siendo incómodo.

No sé si pensaba que mi tienda era una cita a ciegas o una comedia romántica mal escrita, pero tuve que marcar distancia. Y sí, todavía sigue mi trabajo en redes, así que igual está leyendo esto. Hola.


La pareja indignada (y luego fan)

A veces, cuando alguien entra en la tienda, no sé si saludar de inmediato o dar espacio. Hay quien prefiere ir a su aire y no sentirse presionado. Pues bien: una pareja entró, yo no les saludé al segundo uno, y eso les molestó profundamente. ¿Resultado? Me mandaron un mensaje larguísimo criticando mi actitud. Básicamente, por no decir “hola”.

Semanas después, me los encontré por la calle. Sonrisas, amabilidad desbordada… y me pidieron una foto. Yo, por supuesto, accedí. Fingí no reconocerlos. Pero claro que me acordaba.


Devoluciones imposibles y pedidos para el 2040

Una clienta vino con una pieza que había comprado seis meses antes. Quería devolverla. “No me convence”, me dijo. Por un momento pensé que estaba viviendo en un bucle temporal. ¿Devoluciones a los seis meses? ¿Eso existe? Al parecer, en su universo, sí.

Otra clienta me escribió para aprovechar una promo online. Hasta ahí, bien. Lo mejor vino después: “Lo compro ahora, ¿pero puedo pasar por la tienda a recogerlo en seis meses?”. Me costó saber si iba en serio. Lo iba.


El misterio de las zapatillas abandonadas

Esta es digna de un documental. Una clienta vino, se enamoró de unas alpargatas y se las llevó puestas. Dejó sus zapatillas en la tienda con total confianza: “Paso luego a por ellas”. Han pasado meses. Nunca volvió.

Ahora tengo unas zapatillas carísimas abandonadas en una caja. A veces las miro como si fueran una obra perdida. O un recuerdo de alguien que se fue corriendo (literalmente).


También hubo luz

No todo fue extraño, claro. Hubo personas preciosas que se acercaron a conocer mi trabajo, que conectaron con él, que compraron algo pequeño con muchísima ilusión, o que volvieron años después a decirme lo que significaba para ellas una de mis ilustraciones.

También hubo clientas que arrasaron con todo, que vinieron entre amigas y se llevaron color, energía y una sonrisa. A ellas, y a quienes habéis estado ahí desde el principio, solo puedo daros las gracias.


El cierre no es un final

A final de este mes cierro la tienda física. No es un adiós, es una transición. El proyecto sigue, el arte continúa, y la web estará activa como siempre. Pero esta etapa —este espacio que ha sido refugio, escaparate y escenario de lo más surrealista— llega a su fin.

Por eso, hasta entonces, habrá liquidación de productos. Porque todo merece encontrar su nuevo hogar. Así que si había algo que te gustaba, ahora es el momento. Y si te apetece pasar a despedirte, también.

Gracias por formar parte de esto.
Gracias por las risas, las historias y hasta por los momentos surrealistas.
Han sido parte del viaje. Y yo me lo quedo todo.

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