Antes de tener una tienda, pasé tiempo mostrando mi trabajo en markets.
Montar, desmontar, hablar con la gente, aprender del directo.
En 2014 decidí dar el salto y abrir una tienda física.
Elegí la calle Gravina, en Chueca. Y desde entonces, este barrio ha sido parte de mi vida —como creador y como vecino.
🧩 Mi recorrido creativo
Los comienzos fueron desde abajo, a pie de calle. Markets, ferias, maletero lleno y muchas ganas.
Pero había algo en mí que pedía más estabilidad.
En 2014 abrí mi primer local en Gravina, y desde entonces he tenido tres espacios distintos en la misma calle: primero en el número 12, luego el 22, y desde hace años, en el 14.
Cada lugar marcó una etapa.
Cada local fue un pequeño universo.
Y todo ese recorrido forma parte de quien soy.
🏙️ También soy vecino de Chueca
Hace ahora casi cinco años, tras una separación, me mudé a vivir a este mismo barrio.
Chueca ya no era solo el lugar donde trabajaba. También era mi casa.
Y esa cercanía cambió la forma en la que vivía el barrio.
Ya no lo veía solo desde el escaparate, sino desde el supermercado, la panadería, el paseo, la noche.
Y empecé a notar algo que con el tiempo se volvió imposible de ignorar: el barrio estaba cambiando. Y mucho.
🔁 El cambio del barrio
Cuando abrí mi tienda, Chueca tenía alma.
Era un lugar con tiendas distintas, personales, con propuestas creativas.
No eran grandes marcas. No eran franquicias. Eran personas haciendo cosas con intención.
Con el tiempo, eso empezó a desaparecer.
En su lugar, cada vez más locales de paso rápido: zumos, snacks, helados, sitios pensados para lo inmediato, para los turistas.
Y cada vez menos espacio para lo pequeño, lo cuidado, lo que no se repite y lo que hace diferente una ciudad de otra.
Esto también ha influido en mi decisión de cerrar la tienda.
No tanto porque el tipo de público haya cambiado, sino porque el entorno ya no inspira de la misma manera.
Hay días en los que miro alrededor y siento que lo que me rodea ya no refleja lo que soy ni lo que quiero construir.
🌿 Cerrar también es cuidarse
No me voy con amargura.
Al contrario: me voy con orgullo.
Con la satisfacción de haber logrado, siendo alguien que viene de un pueblecito pequeño de Valencia, levantar, desde el corazón de Madrid, un proyecto que nació de lo que soy.
Un sueño que fue posible, que se sostuvo, y que ha dejado huella.
Cuando me vine a Madrid y me puse a estudiar diseño con 34 años, recuerdo que durante el máster, cada vez que algún profesor preguntaba “¿Qué te gustaría hacer cuando acabes?”, yo siempre respondía lo mismo:
“Mi sueño sería tener una tienda donde se vendieran mis cosas.”
Y lo conseguí.
Si hoy me hiciera esa misma pregunta, y me imaginara cómo querría que fuera esa tienda, la que tengo ahora —en Gravina 14— sería exactamente eso.
Mi sueño realizado.
Por eso duele cerrarla.
Porque no se trata solo de bajar una persiana.
Es ponerle punto y aparte a algo que fue más que un negocio. Fue un lugar donde pasaron muchas cosas importantes de mi vida.
Pero al mismo tiempo, también siento que necesito respirar.
Que me oprime estar encerrado en un espacio cada día, sin poder moverme, sin poder viajar.
Y más aún cuando lo que supone hoy en día tener un negocio —entre alquiler, gastos fijos y carga mental— roza lo imposible para muchos proyectos pequeños.
Cerrar este espacio es también una forma de seguir cuidando lo que hago.
De no traicionarme, de avanzar.
Y de encontrar nuevas formas y lugares donde seguir expresándome a través del arte y de mi creatividad.
La tienda física cerrará a finales de julio.
Pero yo sigo.
Sigo creando.
Sigo con la tienda online.
Y empiezo una etapa más libre, en la que quiero también ofrecer talleres, colaborar con escuelas de diseño, enseñar procesos, y conectar desde otro lugar.