Ser ilustrador parece idílico desde fuera: dibujar, crear, vivir del arte. Pero detrás de los colores, los lápices y las tabletas gráficas hay días de dudas, bloqueos y una palabra que me ha acompañado durante años: productividad.
Cuando la inspiración no llega
Quien se dedica a crear sabe que la inspiración no siempre está de nuestro lado. Hay días —o incluso semanas— en los que te sientas frente al papel y nada de lo que sale te emociona.
Y claro, cuando tu trabajo depende de que lo que creas interese a los demás, eso se convierte en un peso enorme.
Con el tiempo, he aprendido a no pelearme con esos momentos. En lugar de forzar la máquina, uso herramientas y técnicas para alimentar la inspiración: ver arte de otros, salir a pasear, perderme en un libro, escuchar música, probar nuevos materiales.
Y, sobre todo, he aprendido a aceptar que no siempre voy a estar “encendido”.
Mi proceso: rachas y explosiones creativas
He descubierto que mi proceso funciona por rachas. Hay temporadas en las que parece que no avanzo nada, en las que lo que hago no me convence y ni siquiera lo pongo a la venta.
Pero luego, de repente, la inspiración llega, y en esos momentos puedo ser muy productivo. Tanto que esa explosión creativa compensa todo el tiempo “en blanco”.
La obsesión por la productividad
Hay otro tema que me preocupa tanto o más que la inspiración: la productividad constante que nos han enseñado a perseguir.
Durante los años que tuve tienda-estudio si había una boda, un evento o simplemente un plan con amigos en sábado, significaba cerrar la tienda. Y cerrar la tienda significaba no producir, no vender, no avanzar.
Así que, aunque a veces cerraba, no conseguía desconectar. Me iba a esa boda o a esa comida familiar, pero mi cabeza seguía pensando: “La tienda está cerrada, hoy no estoy siendo productivo”.
Y eso desgasta. Mucho. Porque uno puede descansar el cuerpo, pero si la mente sigue trabajando, nunca terminas de soltar.
Lo que he aprendido (y sigo aprendiendo)
Creo que a muchos nos pasa: nos hemos creído la idea de que tenemos que ser productivos el 100% del tiempo. Y cuando no lo somos, sentimos culpa.
Pero ser creativo no es estar siempre creando. Igual que tener una tienda no significa abrir los 365 días del año.
Hoy sigo trabajando en encontrar ese equilibrio. En recordarme que los momentos de descanso también son parte del trabajo. Que cerrar una tienda un sábado, o dejar de dibujar durante unos días, no es “no producir”: es dejar espacio para que lo que venga después sea mejor.
Quizás no siempre lo consigo, pero al menos ahora soy más consciente de ello. Y tal vez, si te dedicas a algo creativo o tienes tu propio negocio, esto también te sirva a ti para darte un respiro.